Por Luis García Montero. Lunes, 29 de Marzo de 2010.
La bondad y la maldad
Hacer la compra con mi hija Elisa resulta todo un espectáculo, casi el espectáculo con el que comienzan las vacaciones. Cada familia tiene su manera singular de vivir los ritos. Estamos en Rota, en la Bahía de Cádiz, dispuestos a pasar las vacaciones de Semana Santa, y vivimos a través de los ojos alegres de Elisa el rito de la compra en el supermercado. Las vacaciones empiezan cuando se abren las ventanas de la casa para que el sol se lleve la humedad y cuando Elisa recorre los pasillos del supermercado y empieza a llenar el carrito con sus debilidades.
Esto, y esto, y esto. Junto a la carne, el pescado, la leche y el pan, empiezan a caer galletas, batidos, tabletas de chocolate, barritas de queso, gusanitos. Es la compra de alguien que está dispuesto a pasarse muchas horas en un sofá, delante de un televisor, y que no sabe resistirse a las tentaciones que llenan los mostradores del supermercado. Bajo cada chocolatina hay escondida una película, el capítulo de una serie, una costumbre.
- Estás almacenando provisiones para todo un regimiento.
- ¿Te parece mal? No son cosas muy caras, seguro que valen menos que las botellas de whisky.
- Pienso en el dinero –le respondo-, desde luego que sí. Pero pienso en algo más que en el dinero. Acumular tantos caprichos es caro, pero sobre todo me sugiere una idea muy triste de vacaciones. Todo el día delante del televisor, sin salir a la calle y comiendo. Y, además, me recuerda tu debilidad por los escaparates.
A Elisa le encanta comprar. Cuando era más niña, su madre y yo nos inventamos una canción para defendernos de sus urgencias callejeras. “Quiero esto, / si no me lo dan protesto”, repetíamos como estribillo cada vez que se empeñaba en comprarse algo con una insistencia desmesurada. Hemos sostenido muchas conversaciones sobre el consumo, la publicidad, el mercado.
- El consumo, Elisa –le he explicado muchas veces-, no es sólo tener dinero o no tener dinero para comprar. Nuestra sociedad es consumista, por ejemplo, cuando los políticos, en vez de discutir sobre problemas reales, se inventan debates falsos que llenan por dos días los periódicos. O cuando los alumnos de los colegios públicos se comportan como clientes orgullosos que aprovechan una oferta barata, y confunden un colegio público con un colegio privado para pobres, sin llegar a saber lo que significa de verdad un espacio público. O cuando los votantes confunden unas elecciones con una campaña publicitaria…
Esa conversación la hemos tenido muchas veces, y en esa conversación estamos cuando, de regreso a casa, con el maletero cargado, los guardias municipales nos desvían. Ya han cortado la calle para una procesión.
-¿Los sacerdotes pederastas saldrán en las procesiones?, pregunta Elisa con una ingenuidad malintencionada.
- ¿Y por qué no? Los católicos hacen las procesiones para pedir perdón, para recordar que Jesús murió por nuestros pecados. Así que los pederastas tienen más derecho a salir que nadie. Abundan las maneras de pensar que unen el amor y la culpa, o el bien y el mal. Dios y el Demonio se necesitan para sobrevivir.
- ¿Cómo?
- Pues claro, la figura del Demonio es tan religiosa como la de Dios. Toda sociedad funda una idea del bien y otra del mal. Y dudar de una sociedad no es sólo apartarse de sus dioses, sino también de sus demonios. La verdadera libertad no se da cuando nos oponemos a un poderoso, sino cuando nuestra oposición es distinta a la que se espera de nosotros. Tenemos que ser dueños de nuestra oposición, sin representar el papel de demonios que nos tienen preparados. ¿Me entiendes? Para pensar con libertad, hay que aprender a salirse por la tangente.
- Creo que sí. No te gusta meterte con los curas pederastas.
- No me gusta mucho consumir escándalos. Ahora se vende ese. No apruebo sus actos, pero en vez de participar en el linchamiento, me apiado de las condiciones en las que han cometido su delito. Es muy difícil pedirle a un hombre sano que renuncie a su sexualidad sin convertirse en un monstruo, o en alguien destinado al sufrimiento. Podemos pensar en eso, compadecernos incluso del delincuente y poner en duda las tradiciones de la Iglesia, en vez de limitarnos repetir las ideas previstas sobre la maldad.
- Cuando yo llenaba el carrito y tú me hablabas del consumo, mi única preocupación era la de no engordar.
- Ya ves, así sí son las cosas, caben otras posturas entre el bien y el mal, el comer y el engordar, el tener dinero para comprar o el no tener dinero para comprar. Aunque tenga dinero, no necesitio comprar. Aunque tenga muchas cosas en la nevera, puedo salir a la calle a ver el mar y no cebarme en el sofá. Aunque engorde, no soy un cubo de basura. Aunque no crea en Dios, no voy a portarme como un Demonio. Cortada la calle, ahora, para llegar a casa, tenemos que salirnos por la tangente.