Por Luis García Montero. Lunes, 1 de Febrero de 2010.
La política y las palabrotas
Mi hija Elisa está muy divertida con ese hijo de puta que utilizó Esperanza Aguirre cuando hablaba con uno de sus consejeros sobre Caja Madrid y que salió a la luz pública por culpa de un micrófono indiscreto. Le comento que lo verdaderamente significativo no es el insulto, sino el hecho de que esté dirigido a un compañero político.
Llamar a alguien hijo de puta forma parte de nuestro idioma más expresivo, es una fórmula cotidiana, muy viva, algo que sirve para los enfados modestos de la vida y para las indignaciones importantes. Lejos de su significado original, el menosprecio de las costumbres sexuales de una madre, la fórmula sirve para calificar a un árbitro que pita en contra de tu equipo o para definir a un canalla. La verdad es que hay personas destructivas, envidiosas, con muy mala salud moral, que sólo están bien definidas con esa expresión certera.
- ¡Pero llamárselo en público! – se ríe Elisa, que ya está aprendiendo las diferencias peligrosas y necesarias entre lo privado y lo público, esa frontera envenenada de la que dependen los equilibrios de la sociedad, el respeto y el cinismo, la libertad y la opresión, la ética y la mentira-. ¡Y a un compañero de partido!
- Ella no quiso llamárselo en público, no se dio cuenta de que un micrófono recogía su conversación privada. Muchos políticos han metido la pata en España con eso, son imprudentes. Pero tampoco creas que me preocupa mucho, porque eso significa que son humanos y que sus enfados son a veces más reales que las frías estrategias del cinismo. No están vacíos por dentro. En lo que sí tienes razón es en extrañarte de que se refiriera a un compañero de partido. Es muy común, ocurre en todos los partidos, un ministro conservador puso de moda la frase al suelo, que vienen los nuestros. Pero conviene no dejar nunca de extrañarnos por respeto a la nobleza del compromiso político.
- ¿La política es noble?
- Yo creo que sí, aunque en las democracias actuales esté muy corrompida. Algunas veces hemos hablado de tres palabras imprescindibles…
- Libertad, dice Elisa con voz de loro disciplinado que ya se sabe la lección.
- Aunque todo está relacionado, la libertad es una palabra que afecta a la condición de los ciudadanos, a su capacidad de pensar con independencia, de ser dueños de sus propias opiniones.
- La igualdad…
- Conviene que haya condiciones sociales que hagan posible el ejercicio de la libertad. La igualdad económica y la igualdad ante la ley son imprescindibles como valor social, no sólo para que sea real la justicia, sino también la democracia. No hay verdadera libertad sin igualdad. Aunque afecte a los individuos particulares, la libertad sólo se cumple en sociedad.
- Y la fraternidad.
- Es la clave de la nobleza política, aunque suponga también respeto a los ciudadanos y a la convivencia. Pero si la política es un compromiso público, un deseo común de organizar y transformar la sociedad, los que defienden unas ideas parecidas deben mantener relaciones marcadas por la fraternidad. Es lo que hace que la política no se convierta en una lucha particular y ambiciosa por el poder.
- Pero no ocurre nunca así.
- Por desgracia. Yo conozco políticos rencorosos que no votan en las elecciones a su propio partido para desgastar al líder. Hay congresos que no se dedican a discutir lo que necesita la sociedad, sino las diferencias internas y el poder de las familias. También da un espectáculo bochornoso el viejo político que se empeña en no dejar su puesto, aunque él sea ya un problema grave para su formación, y se dedica a calumniar a sus compañeros y a poner zancadillas a los jóvenes. Más que por ideas, hay políticos que sólo están alimentados por el rencor.
- ¿Eso es lo que ha hecho Esperanza Aguirre?
- No, ha hecho una cosa todavía más grave. Ha traicionado institucionalmente a su propio partido, le ha quitado un puesto de representación y se lo ha dado al enemigo, con la única intención de vengarse personalmente de un compañero. Ha convertido la política en una cueva de lobas.