BIENVENIDOS A ESTE RINCÓN POÉTICO

"Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol- en verano- y se calla". A. González.



En esa tranquilidad os invito a acompañarme en este paseo literario que todos juntos vamos creando.







domingo, 6 de junio de 2010

EL ROSTRO DEL ASESINO. DANIEL HERRAN 4º ESO

— Gracias— Dijo el hombre al pasar, mientras el guardia cerraba la puerta de la celda. Sus lujosas vestimentas contrastaban con aquel oscuro y apestoso antro. En las tétricas sombras un bulto mal iluminado se hallaba al fondo, pegado a la pared, al lado de un camastro. El preso estaba cubierto por un camisón sucio y raído, que alguna vez fue blanco. Un pelo y unas barbas morenas, revueltas y enmarañadas lucían la misma higiene que la lana que cubría su cuerpo. El desaliñado recluso no levantó siquiera la cabeza para ver a su visitante.
Los pasos del recién llegado resonaron en las paredes de fría piedra, al tiempo que se acercaba con precaución al encarcelado. Pese al temor de un ataque de éste, se imponía en su interior la prepotencia y superioridad que sentía hacia aquel hombre; superior en casta, mejor en logros y habilidades, más rico y poderoso... y más fuerte que un desnutrido deshecho humano. Dio un último tranco cuando se encontraba a poca distancia del preso, ahora más sumido en la oscuridad al alejarse de la antorcha que alumbraba el pasillo de afuera. Las rejas de la celda arrojaban una ondeante sombra hasta que caían en la penumbra y, más adelante, las engullían las tinieblas que inundaban la estancia.
— Buenos días, Sir Déndelar— Saludó con sorna el visitante. El aludido inclinó ligeramente hacia atrás la cabeza y le dirigió una mirada nublada a través de los mechones de su enmarañado cabello. Quizá como preguntándole si era de día; bajo tierra no se veía el Sol—. ¿Se siente a gusto siendo huésped de tan amables anfitriones?— Preguntó, con una cuestión cargada de su veracidad, con palabras rebosantes de ira y resquemor mal disimulados. El recluso lo observó directamente y luego agachó la cabeza, soltando un suspiro de impotencia. El llegado se vio visiblemente afectado al ser ignorado. Si hubiese iluminación mayor que un vano espectro de luz, se habría observado como temblaba su rostro de furia. Sus ojos se clavaban en el hombre que miraba el suelo a sus pies, joven y sometido a un envejecimiento acelerado por la falta de luz solar, ejercicio y buena alimentación. Tendría alrededor de su edad, pero él se veía bien apuesto y lustroso con ropas caras y modernas, y cuidados estéticos innovadores—. ¿Sabes? Tuviste una realmente buena suerte de acabar aquí, yo te habría procurado otro destino si de mis manos dependiese...
— Pero no dependió— Replicó Déndelar, sin levantar la vista—. Y yo no lo llamaría suerte, las leyes no se escribieron justo antes de mi llegada a juicio, noble Téhor.— El visitante lo miró más iracundo todavía, si es que era posible. Cerró los puños y apretó los dientes para poder controlar su rabia. Debía dominar su carácter, un error sería fatal, envidiaría al malnacido que se encontraba ante él.
— Las leyes de mi país son atajo de sandeces, ¡cualquiera evade la justicia!— Borbotó Téhor.
— Pues creo que recibí una justicia que a muchos y más inocentes que yo se les negó. No me importa pagar esta pena, aunque estamos de acuerdo en que sí se puede evadir la justicia— El recluso hablaba con calma, y sus palabras en buen tono dañaban al noble más profundamente que unos gritos carentes de sentido—. Pero sí es cierto que en mi nación me habrían recibido de una forma muy distinta.
— Sí, esos perros de Kanderna te habrían elogiado como un héroe por todas vuestras tierras. Bueno, no sé si decir vuestras es ya correcto...— Déndeler alzó la cabeza y le dirigió una sombría mirada, con ningún deseo caritativo ni de bien. El noble vislumbraría sus facciones o imaginaría su reacción y dibujó una satisfecha sonrisa en el rostro. Levantó una mano y se rascó la recortada barba—. Aún no comprendo cómo dejan a un vil asesino con vida, aunque sea en estas condiciones— Prosiguió Téhor—. La suerte la tuviste al escapar del lugar en el que mataste y ser encontrado días más tarde por el simple cuerpo de guardia de un pequeño pueblo. No eres más que una alimaña, un rufián con el alma pútrida.
Una ligera risa salió de la garganta del preso al oír las palabras de su visitante, inundadas de odio y rencor. Levantó las manos, que se vieron débiles y blanquecinas en la luz lejana que salvaba la penumbra, y se apartó el cabello de los ojos. Su rostro empezaba a demacrarse, se le hundían las mejillas y se le afilaban los pómulos y el mentón. Unas amoratadas ojeras circundaban en torno a unos negros ojos, y su tez era más pálida que sus manos. Miró fijamente a la figura en tinieblas que se levantaba ante él. Apenas vislumbraba un frío brillo de furia en los ojos de Téhor.
El otro observó las depresiones de la carne en la faz del Sir con negra alegría y oscuro júbilo. La vida pasaba lentamente en aquella oscuridad, mientras la soledad y la falta de luz desgastaban la carne y el espíritu. Pocos sobrevivían en aquel lugar, solían morir de pena y melancolía, otros se suicidaban. Pero los que moraban hasta el fin de sus días, por una muerte natural, eran los más desgraciados; atacados por el vacío del lugar, que les anegaba el interior y les mataba los corazones.
— Sí, es cierto que lo soy, ya somos dos con sangre de asesino en esta celda— El latigazo de la voz del recluso golpeó con fuerza al noble, y el mensaje que traía se le clavó en lo más hondo de su ser. Una sangre furibunda inundó su cuerpo e incendió su mente.
— ¡¿Qué dices, malnacido?!— Saltó Téhor—. ¡Puedo procurarte tal sufrimiento que me agradecerías tu muerte, y ni siquiera debería mancharme las manos! ¡Vuelve a insultar mi estirpe y desearás vivir en este antro por la Eternidad!
Una ligera sonrisa se dibujó en el desventurado rostro del preso.
— Apuesto a que ni siquiera te importaría mi existencia si no hubiera acabado con la vida del que fue— Los ataques de Déndeler se endurecían, hiriendo al visitante más que un millar de flechas. La sonrisa no se borraba de su rostro, y el noble cada vez estaba más furioso. Le temblaban los carrillos y se le tensaban los brazos.
— Maldito...— Susurró Téhor. El encarcelado continuó hablando, fustigando la furia de su visitante:
— Sí, yo maté a un hombre, a uno sólo... ¿Pero a cuántos mató él? ¿Cuántas mujeres? ¿Cuántos niños? ¡¿Cuántas personas sucumbieron ante él?!— La dureza de la verdad fortalecía las palabras del Sir recluso y salpicaban el alma del hombre que escuchaba. Éste estaba inmóvil, pero con el cuerpo tembloroso. Sus ojos tanto se hincaban en la faz de su rostro que parecían ausentes—. ¿Expansión de tierras? ¿Recuperar prestigio y honor invadiendo? ¿Paldath era superior a Kanderna y debía someterla? ¡Mentiras! ¡Patrañas! ¡¡Excusas!!— La voz de Déndeler se elevaba, retumbando en las paredes con la fuerza del trueno, mientras el noble escuchaba encogido ante la veracidad y el poder de lo que decía—. ¡¡Tu padre los mató a todos!! ¡Sus ejércitos, los del rey y los demás nobles asaltaron nuestras tierras! ¡Aniquilaron a nuestros soldados, mataron a hombres y niños, violaron a nuestras mujeres! ¡¡Actos atroces y bárbaros maquillados con falacias de honor y gloria!! ¡Tan sólo vinisteis a vertir un mar de sangre para arrebatarnos nuestras tierras y pertenencias, y someter a nuestro pueblo bajo vuestro yugo!— El preso calló un momento, jadeante, para dar más fortaleza a sus palabras con un leve silencio. Téhor empezaba a sudar copiosamente, sus sienes brillaban húmedas en la insuficiente luz—. ¡Y tu padre encabezo la invasión, mientras los demás miserables de la nobleza le prestaban a sus hombres y acomodaban su trasero en sus ostentosos castillos y palacios!
— Eso es...
— ¡Eso es cierto!— Le cortó el Déndeler—. ¡Tu habla vacilante y tu lengua mentirosa no hacen más que darle la razón a mis verdades!
El alto tono del preso, que reverberaba en las paredes no parecía oírse fuera de la celda. Ningún grito de él o del visitante habían alertado a los carceleros, así que el noble supuso que no los oirían donde estuviesen.
— Sí... tu padre hizo migajas mi país, y ahora sólo hay unos pocos rebeldes, dispersados por las tierras que nos pertenecían— Déndeler hablaba ahora en un tono normal, casi como contando un secreto—. Pero hizo algo nefasto. Sí, Olenon hizo algo nefasto para sí mismo:
» Al llegar el ejército invasor como una plaga de langostas, arrasando todo a su paso, a Sarlass, la capital, atacó personalmente a cada casa noble de la ciudad. En una de las familias de la nobleza menor, acabó con el padre, cabeza de la casa, su mujer, y uno de sus dos hijos. Su error fue dejarme vivo—. Déndeler se apoyó mejor en la pared de piedra, recostando la espalda y mirando a los ojos a Téhor. El noble apretaba la mandíbula y mostraba los dientes, que no se veían en la oscuridad. El encarcelado observó con tranquilidad como los músculos de éste temblaban, casi palpando su furia en el ambiente.
— Como te atreves...— Murmuró el visitante en un murmullo rugiente, luchando contra sí mismo por controlarse.
— Me imagino que la historia ya la conocías, y de hace mucho— Dijo el recluso, como si mantuviese un diálogo completamente normal—. Y sabías los verdaderos intereses de la guerra. Y las vilezas de tu padre y tus nobles, que a buen seguro compartís. Es algo insensato hacer un acto como invadir un país de una manera injusta, acabar con tantos inocentes y no esperar que los supervivientes buscarán venganza.
— ¡Como te atreves, maldito!— El noble comenzó a explotar, incapaz de sostenerse.— ¡Malnacido! ¡¡Era mi padre!!— Con un grito de odio, Téhor se abalanzó contra Déndaler. En apenas un instante cayó sobre él, y el hombre no pudo resistirse. El forcejeo del preso de nada valía, pues estaba débil y sin fuerzas. La ira brillaba en los ojos del visitante, y el rencor nadaba en su encendida sangre. La mirada tranquila, casi alentadora, esperanzada, del preso se encontró con la de su atacante, mientras las manos de éste encontraban su garganta y la oprimían con toda su fuerza.
Sobre el encarcelado, el noble se hallaba sentado en su vientre, mientras sus pulgares apretaban la nuez del huesudo cuello del hombre. Éste parecía no hacer acto de salvarse. Sus raquíticas manos parecían posarse en los fornidos antebrazos de Téhor. Las energías abandonaban al recluso, a la vez que el noble apretaba el mortal abrazo de sus manos. Sus pupilas iban perdiendo el brillo de la vida, mientras una mueca feroz lucía en el rostro de Téhor. Hasta que un último suspiro exhaló de los labios de Déndaler.
El visitante se levantó, mirándose las manos y la obra que había realizado. Caminó hacia atrás, chocando con la reja. “Qué he hecho...”, pensó, mirándose las palmas. Unos pasos a su espalda anunciaron la llegada del carcelero. ¡En Paldath el asesinato en superioridad de condiciones se castigaba con la muerte, fuese quien fuese el autor!
— ¿Aún está ahí tirado?— Preguntó al llegar el guardia, abriendo la puerta. Con un escueto “sí”, el noble Téhor pasó por su lado y caminó hacia la salida, con la antorcha del pasillo iluminando su sudoroso rostro.

3 comentarios:

Marian dijo...

Aquí os dejo el relato ganador de 2º ciclo de la ESO en nuestro concurso literario. Lo ha escrito Daniel, que no es la primera vez que nos demuestra que sabe utilizar muy bien la pluma.
En el concurso literario nos sorprendió este pequeño relato,la fuerza narrativa de sus líneas y la capacidad de transmitir emociones. Doy las gracias a Daniel por permitirme colgarlo aquí, y espero que no sea el último que disfrutemos de él.

Os animo a todos a que deis vuestras opiniones sobre este relato y todos aquellos que producen nuestros chicos.
Tenemos grandes creadores entre nosotros.
Un saludo a todos

Daniel dijo...

Muchas gracias por colgarme el relato, Marian. Por cierto, es "Herrán" ^^

Un Saludo.
Daniel Herrán.

Marian dijo...

Subsanado el error, DAniel. lo siento.

 
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