El Premio PLaneta siempre es garantía de buena literatura. Año tras años hace una labor editorial importante para conseguir potenciar la literatura española e iberoamericana. Este año, con pseudónimo, se escondía un excelente escritor, que nosotros ya conocemos con su "Verdad sobre el caso Savolta".
La de Mendoza se centra en el viaje de un inglés experto en arte a Madrid, donde debe tasar unos cuadros de un amigo de José Antonio Primo de Rivera. En aquel momento, en la capital se respiraba un ambiente convulso de preguerra.
Bajo el sello de Planeta también se publica hoy la novela finalista, centrada en una madre que, a los pies de la cama donde su hija permanece en coma, recapitula su relación. Otro día nos adentraremos en su lectura.
La novela ganadora del Premio Planeta 2010
Riña de gatos. Madrid, 1936, de Eduardo Mendoza, sale a la venta hoy en toda España, igual que la finalista
El tiempo mientras tanto, de Carmen Amoraga.
Este es el comienzo de "Riña de gatos" . Toda una invitación a seguir a Mendoza en sus nuevas andanzas.
4 de marzo de 1936
Querida Catherine:
Poco después de cruzar la frontera y de evacuar los enojosos
trámites aduaneros, me he dormido arrullado por el traqueteo del
tren, porque había pasado una noche de insomnio, acosado por el
cúmulo de problemas, sobresaltos y agonías derivados de nuestra
tormentosa relación. Por la ventanilla del tren sólo veía la oscuridad
de la noche y mi propia imagen reflejada en el cristal: la efigie
de un hombre atormentado por el desasosiego. El amanecer no trajo
el alivio que a menudo acompaña el anuncio de un nuevo día.
El cielo seguía nublado y la palidez de un sol mortecino hacía aún
más desolado el paisaje exterior y el paisaje de mi propio espíritu.
En estas circunstancias, al borde de las lágrimas, me quedé dormido.
Al abrir los ojos, todo había cambiado. Lucía un sol radiante
en un cielo sin límites, de un azul intenso, apenas alterado por
unas nubes pequeñas, de una blancura deslumbrante. El tren recorría
la yerma meseta castellana. ¡España por fin!
¡Oh, Catherine, mi adorada Catherine, si pudieras ver este
magnífico espectáculo comprenderías el estado de ánimo con que te
escribo! Porque no es sólo un fenómeno geográfico o un simple cambio
de paisaje, sino algo más, algo sublime. En Inglaterra, como
en el norte de Francia, por donde acabo de pasar, la campiña es
verde, los campos son fértiles, los árboles son altos, pero el cielo es
bajo y gris y húmedo, la atmósfera es lúgubre. Aquí, en cambio, la
tierra es árida, los campos, secos y cuarteados, sólo producen mustios
matojos, pero el cielo es infinito y la luz, heroica. En nuestro
país andamos siempre con la cabeza baja y la vista fija en suelo,
oprimidos; aquí, donde la tierra nada ofrece, los hombres andan
con la cabeza erguida, mirando el horizonte. Es tierra de violencia,
de pasión, de grandes gestos individualistas. No como nosotros,
uncidos a nuestra estrecha moral y a nuestras nimias convenciones
sociales.
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