VÍCTOR-M. AMELA
¿Se autodenomina poeta?
Sólo entre personas de mucha confianza. Si no, digo que soy profesor de literatura.
¿Qué es ser poeta?
La gente suele entender que es un modo de ponerse cursi, de decir blandenguerías, de tener la cabeza en las nubes.
¿Y no?
Es todo lo contrario. No es un ejercicio de sentimentalismo, sino un ejercicio de conocimiento. La poesía es un modo de ajustar cuentas con la realidad.
¿Cuándo empezó usted a hacer eso?
En la Granada de los años sesenta y setenta, bajo el influjo de Federico García Lorca. Era una ciudad borrada por la guerra, por la muerte de Lorca. Un grupo de amigos nos acercábamos a la casa de la familia Lorca en la Huerta de San Vicente...
¿Vivía alguien allí?
No. Tras el asesinato de Lorca, la familia se había ido a Nueva York. La casa estaba cerrada. Amistamos con los guardeses y nos dejaban entrar.
¿Y qué había allí?
Todo estaba como cuando Federico vivía. Yo entraba en la habitación en la que Lorca había escrito varias de sus obras...
¿Qué suponía eso para usted?
Necesitas elegir tu pasado. Y eso es lo que yo estaba haciendo. La originalidad sólo aflora cuando encuentras las influencias sobre las que fundar tu mundo propio.
¿Y lo hizo?
Aquello era parte de mi apuesta personal e histórica. Creo en la utilidad de la poesía.
¿Sí? ¿Para qué cree que sirve?¿Es útil nacer, crecer, reproducirse y morir? Pasar un día buscando un adjetivo ¿no es cambiar lo urgente por lo importante?
Vivimos con la lengua fuera, no somos dueños de nuestras aspiraciones. ¡Vivir así nos hace esclavos! La poesía es útil porque cambia lo urgente por lo importante, nos humaniza.
Evóqueme una estampa de su niñez.
En la hora de la siesta, el niño se asoma al balcón y ve su soledad sentada en un banco de la calle.
¿Sí?
Cuando los padres se encierran en su alcoba, el niño se queda solo... y entonces se le abre el mundo.
¿Qué imaginaba que sería de mayor?
Imaginaba que, ya viejo, asistía a mi propio entierro y escuchaba los elogios de los presentes.
A medida que he ido creciendo, me sucede lo contrario: imagino que, al morir, los que me escuchan son los míos. Que a los que quiero les quede algo de mí en esta vida.
Su poesía.
Que en una tarde de lluvia les quede a mis hijos algo que hable de cómo era su padre.
Elíjame algún verso que le marcase.
Este de Alberti: "Para ir al infierno no hace falta cambiar de sitio ni postura". Y este de Jaime Gil de Biedma: "Como dicen que mueren los que han amado mucho". Más adelante tuve el privilegio de que pasaran de poetas admirados a amigos personales.
¿Cómo eran?
Alberti, pura vitalidad, ¡el Picasso de la poesía! Jaime, la demostración lírica de que el sentimiento es inteligente.
Me dijo Sabina que ustedes los poetas son muy divertidos ¡y buenos bebedores!
Joaquín padeció su ictus y se refugió en la poesía y entre poetas. Y empezó a contar que los poetas bebemos más que los astros del rock. Pero es que Joaquín es un exagerado. Bueno, Ángel González sí le tumbaba...
¿No bebe usted?
Un whisky con hielo, tranquilo. Pero no soy partidario de escribir borracho. A la mañana siguiente, tienes que romperlo: para escribir poemas es mejor tener la cabeza fría.
¿No es mejor la pasión?
No. Mire lo que aconsejó Bécquer a una mujer: "Cuando un poeta te escriba un buen poema de amor, ¡desconfía de su amor!"
¿Precisamente Bécquer decía eso?
Sabía que el poeta, más que sentir, tiene que hacer sentir. Y para eso, ¡cabeza fría!
¿Son ustedes los poetas tan divertidos como Sabina me dijo?
Hay de todo. Está el que sufre con los éxitos del otro, y eso le incapacita para disfrutar. Y está el partidario de la felicidad, como decía Gil de Biedma. ¡Yo reivindico la alegría!
Vinculamos poesía a tristeza...
Porque impera la tradición romántica y todavía el dolor tiene mucho prestigio en la cultura contemporánea. Creo un reto literario la conquista de la alegría, la felicidad.
Recíteme un verso vitalista suyo.
"Me basta con la vida para justificarme".
Y ahora uno trágico.
"Raras veces resisten dos soledades juntas las palabras".
Su esposa es Almudena Grandes: ¿cohabitan bien un poeta y una novelista?
¡Y qué novelista! Suerte que no me dedico a la novela, porque estaría hundido bajo el peso de Almudena, no podría competir. Ella es mi primera lectora.
¿Y qué le dice?
Ve lo que hay de realidad en el poema. Gracias a ella sé si lo que yo tenía en la cabeza ha pasado o no al poema, y si en el poema hay algo que no había previsto. Esto me interesa, pues considero el poema un espacio público, una conversación con el lector.
¿Y le pide ella a usted que sea su primer lector?
Sí, pero lo soy sólo cada cuatro o cinco años, que es cuando tiene una novela terminada.
¿Qué verso querría como epitafio?
Déjelo, bastará con mi solo nombre.