En el vacío indiferente
las corrientes de pensamientos
me arrastran al recuerdo.
Y recuerdo cuando no
levantaba un palmo del suelo,
y después, cuando no alzaba
sino un poco más.
Recuerdo que nada estaba mal
sino lo que decía mi madre.
Y después, esto y lo
que decían los demás niños,
y los profesores.
Recuerdo que era lo bueno
lo que hacían todos,
y malo o raro lo que
hacían los solos y los pocos.
Recuerdo que a veces eras mejor
si hacías lo bueno de
mejor manera que los demás;
y eras burla si lo
hacías mal, o no podías,
o tenías reticencia a hacer
lo bueno de los todos.
Recuerdo que siempre había
uno, o quizá unos pocos, que
eran los mejores en casi todo,
y que lo que hacían ellos
era luego lo bueno de todos.
Recuerdo, en mi clase infantil,
que por ellos pocos trabábamos
combate con la clase vecina,
porque a ellos les gustaba y,
por tanto, a nosotros también.
Recuerdo, del mismo modo,
en mi pueblo, parejo al campo,
el grupo de muchachos en
el que marchaba, las cabañas
primitivas y toscas que montábamos.
Recuerdo la destrucción de las
cabañas de otros grupos, al
enterarnos de su existencia y
arengarnos el o los pocos a ello.
Recuerdo los restos destrozados
de nuestra propia cabaña al devolver
ellos la misma moneda.
Recuerdo la frustración
y la fugacidad e inutilidad
de esas empresas, y el seguimiento
ciego, como sabueso faldero al amo.
Recuerdo recuerdos. Recuerdo
y comparo a los infantes
con los adultos ya versados y
los adultos que serán los pequeños.
Recuerdo y veo los mismos
muchachos, los mismos seguidores,
los mismos hombres enfrentados.
Recuerdo y veo, impotente y rabioso,
seguidores y seguidos.
Recuerdo y temo ser yo perro
o dueño, inconsciente de serlo.
Recuerdo y veo, o no veo, a
los pocos que dejaron de ser niños.
Daniel Herrán
0 comentarios:
Publicar un comentario